La conciencia de no ver: primeros recuerdos

Con mucha frecuencia se relaciona la ceguera con conceptos tales como tinieblas u oscuridad, bien por esta razón o por cualquier otra que surge del inconsciente colectivo, muchas personas piensan que no ver es algo así como ver en negro, cuestión bastante lejos de la realidad. Aunque no sea fácil de imaginar, no ver es como lo que cualquier persona puede ver con otra parte de su cuerpo que no sean los ojos, o sea nada. Después entre no ver nada y ver mal, existe un amplio tramo difícil de explicar y valorar.

Yo de niña tenía un pequeño resto visual y no puedo decir exactamente cuándo lo perdí. A los 9 años me operaron porque tenía la tensión ocular muy alta. Al salir del hospital sé que me preguntaban por lo que veía y recuerdo distinguir los colores de los coches al ir por la calle. Pero sólo cuando pasaron unos cuantos años, un día de repente, tuve la conciencia de que no veía nada. Recuerdo el momento concreto, el lugar en que me di cuenta de ello, notaba una columna que había delante de mí, pero no por mi visión, sino por otro tipo de percepciones. Desconozco si se produjo de forma progresiva o yo lo viví así. Creo que poco a poco fui desarrollando habilidades que me eran de utilidad como persona ciega, el oído, las sensaciones corporales, el tacto, etc., y entre mis recuerdos y mis nuevas habilidades, me seguí desenvolviendo como cuando veía. En la práctica yo me seguía moviendo de forma autónoma y con facilidad por los mismos sitios, realizando las actividades cotidianas, sin poder determinar si era la visión o que otro tipo de estrategias las que me lo facilitaban. Entre mi pequeño resto visual y la experiencia que yo había adquirido ya como persona que no veía bien, me las arreglaba perfectamente y es que, muy posiblemente, no hay tantas diferencias entre unas sensaciones y otras en estos niveles de conocimiento.

Una de las primeras preguntas que les hice a los entrevistados de mi investigación era sobre cómo se dieron cuenta que no veían. Para los que eran ciegos de nacimiento o a edad muy temprana suponía remontarse a los primeros recuerdos relacionados con la falta de visión, cuestión complicada aunque me pareció interesante para conocer las primeras experiencias con las que se relaciona la vivencia de la ceguera. Algunos recordaban situaciones concretas aunque otros no sabían muy bien que responder. Más fácil era para las personas que han vivido la ceguera como una situación sobrevenida y más claramente si ésta se ha dado en una edad adulta.

Ciegos de nacimiento

Como ya comentaba en el post “Algunos datos sobre las personas entrevistadas”, de las 50 a las que realicé la entrevista, 27 son ciegos desde que nacieron y no han tenido variaciones en su visión. La mayoría de ellos me respondieron que la ceguera es algo que ha estado con ellos toda la vida y por tanto era algo natural, nadie tuvo que explicarles nada: lo sabían de forma intuitiva, quizá no sabían que ver era lo normal, fueron algunas respuestas.

Como es lógico, las primeras experiencias referidas a la diferencia se dieron en la relación con otras personas: hermanos, amigos, en la guardería o el colegio y aún siendo muy tempranas algunos ya incluían en el relato del recuerdo la forma de responder a ellas.

Por ejemplo, alguien decía: “Empecé a darme cuenta siendo muy pequeña, unas niñas venían a mi casa y ellas podían abrir la nevera y coger lo que quisieran más rápido que yo, yo pensé que esto era por no ver y que si me aprendía muy bien donde estaba cada cosa quizá podría cogerlo antes”.
Una chica me contaba que en la guardería le gustaba mucho ir a ver a los bebés y que les preguntaba a las profesoras sobre cada uno si veía o no veía, para darles los juguetes en la mano. Otra relataba que cuando fue a la escuela de su pueblo a ella le gustaba escribir, y lo hacía, sin importarle si lo hacía bien o mal e incluso se aprendía la cartilla de memoria. Una mujer que vivía en un pueblo y tenía un hermano un año menor que ella, me contaba: “Realmente cuando me di cuenta de que no veía es cuando mi hermano empezó a ir al colegio, él tenía unas zapatillas para ir a la escuela y otras para entrar a casa, y a mi me encantaba como olían las primeras, todavía tengo en mis manos la sensación de esas zapatillas y el recuerdo del olor de los lápices y las gomas de borrar. Mi madre me decía que yo iba a ir a otro colegio diferente y que me iban a comprar muchas cosas, pero para mí fue un disgusto”.

Muchas de esas experiencias y recuerdos tienen que ver con lo que se puede o no se puede hacer, con frecuencia están relacionados con situaciones que implican cierta asimetría y por tanto conllevan determinados sentimientos y emociones.

Por ejemplo, un chico comentaba: “Al tener una hermana melliza notaba algunas diferencias, yo no sabía lo que era ver o no ver pero cuando íbamos por ahí a mi me tenían que dar la mano y a mi hermana no, ella era la que me empezaba a ayudar a mí”. Otra comentaba: “mientras la gente podía mirar cosas yo no podía saber lo que eran, siempre me preguntaban porque mi hermana podía ver imágenes y colores y yo no, me fui dando cuenta que no era como los demás” y otro chico recuerda que en la guardería era habitual que los compañeros le preguntasen si los veía o no y otra relata que fue allí donde empezó a pasarlo mal: “sentí rechazo, me empujaban, yo no jugaba porque no veía lo que hacían. En un parque unas niñas me tiraron tierra a los ojos y dijeron va total como eres ciega”. Por el contrario, un chico contaba: “de pequeño pensaba que lo mío era lo normal, tenía muchos amigos, hermanos y primos, era verdad que no podía jugar al fútbol, no practicaba algunos deportes igual que lo hacían otros, era consciente, pero no sentía que esa diferencia fuera algo malo, no me sentía bicho raro”.

Los primeros recuerdos relacionados con la ceguera están también muy vinculados a consultas de médicos, visitas a hospitales, etc., situaciones que si bien para los padres consistían en la búsqueda de soluciones al problema, para los niños, parece que quedaban marcadas como experiencias negativas. En este sentido una mujer me contaba que ella recordaba decirle a sus padres que no quería ir a más médicos, que quería ser como era y como era era así, no quería vivir la tristeza de sus padres y la angustia de que no les diesen la respuesta que ellos esperaban.

En cuanto a las 12 personas entrevistadas que contaban con la discapacidad visual desde el nacimiento pero han tenido algún cambio a lo largo de los años, todas ellas afirmaban que preferían haber tenido un resto visual, aunque después lo perdieron, porque han podido comprobar que les ha sido de utilidad en su vida posterior.

Dependiendo del resto visual que tuviese la persona y en las situaciones en que esto le afectaba, se va desarrollando la conciencia de tener problemas de visión. Alguien me decía que pensaba que veía bien hasta que fue a la escuela y se tenía que acercar al papel más que los otros. Una mujer afirmaba que aunque sabía que era diferente, en su casa se sentía muy feliz, pero el problema era cuando salía, en las relaciones, cuando los otros corrían mas, saltaban mejor, cogían la pelota, hacían el dibujo, etc. Sin embargo, un tercero, reconocía que aunque incluso en la escuela necesitó ya apoyos profesionales, no lo vivió como una dificultad hasta la adolescencia, porque podía jugar e interactúar con los demás sin problemas.

En cuanto a la forma de vivir la pérdida, parece que facilita el proceso el que sea progresiva porque ayuda a la adaptación, aunque un chico me decía que tenía recaídas cuando se daba cuenta que había perdido mucha visión. Lo que si me contaron varias de las personas entrevistadas que se quedaron ciegas totales durante la infancia, es que fueron poco conscientes de cómo y cuándo ocurrió. Por ejemplo una de ellas me decía: “No sé como me di cuenta que no veía. Como lo conocía todo,con la memoria visual circulaba como si nada, creo que lo noté cuando volví a casa en unas vacaciones largas porque había habido cambios de muebles, o en las calles”. Por el contrario, perder, aunque sea un resto muy pequeño ya en la edad adulta para pasar a ser ciego total, se vive muy mal, al punto de reconocer varias personas haber pasado por una depresión en esa circunstancia.

Personas que han adquirido la ceguera con posterioridad

Los que han perdido la visión de forma repentina bien por un accidente o una enfermedad, vivieron ese momento como un golpe brutal en sus vidas. Algunos lo experimentaron con incredulidad, con ideas como esto no me puede estar pasando, otros como que toda la vida se les viene abajo o con una gran desconexión de sí mismos y de la realidad. La mayoría relacionaban los primeros tiempos con sentimientos de enfado, miedo, duda, cólera o buscando un culpable para explicar lo que les estaba ocurriendo. Los primeros pensamientos se relacionaban con qué iba a ser de sus vidas, temor a que nadie quisiera estar con ellos, o ser una carga para los demás.

Los que perdieron la vista en la adolescencia me contaron que les ayudó a superar las dificultades de los primeros tiempos el conocer a otras personas que habían pasado por situaciones similares y la práctica del deporte. Otros, con mas edad, encontraron la ayuda en el apoyo de la familia y los amigos o en la intervención de profesionales como psicólogos o técnicos de rehabilitación. Una persona que perdió la vista en los primeros años de la juventud, afirma que le fue de gran ayuda tener un ambiente de amigos y compañeros que le apoyaron, cree que esto es una ventaja al no tener el prejuicio que tienen los ciegos de nacimiento que se ven simplemente como ciegos, se acomodan y no salen del gueto de las personas ciegas.

En cuanto a los casos que pierden la vista paulatinamente o en varios momentos, el reconocimiento del problema de visión depende sobre todo de lo que suponga en cuanto a lo que les dificulta en su vida o lo que les impide hacer. A veces es un hecho el que desencadena la toma de conciencia, como en el caso de un hombre que me contaba: “Yo tenía mis trucos, no conducía de noche, te vas adaptando hasta ver donde llegas, vas apurando toda tu capacidad hasta donde puedes, hasta que me dije si sigo conduciendo me voy a matar, ahí empecé a cambiar el chip, me di cuenta que lo de la vista era un problema, que tenía que dejar de conducir, buscar otro trabajo, pedir ayuda”.

En general, tienen la ventaja de que pueden ir adaptándose, pero también tienen que afrontar el temor de la pérdida total de la visión que se les puede representar como una amenaza más o menos presente. Una mujer me decía: “Me he podido ir adaptando poco a poco, en casa lo he hecho todo, pero lo de salir sola a la calle no lo he podido superar”.

También puede haber diferencia dependiendo de la edad en la que se produzca la pérdida, una mujer cercana a los 60, me contaba que a los 22 le había cambiado la vida, pero que lo pudo superar porque con el resto visual que tenía a nivel práctico había podido seguir haciendo la mayoría de las cosas, pero ahora que estaba perdiendo lo poco que le quedaba, estaba siendo muy duro.

Resumiendo

Mi intención con la pregunta cómo te diste cuenta de que no veías, era averiguar con que primeros recuerdos las personas relacionaban la experiencia de no ver y como se va creando la conciencia de la diferencia. No es fácil generalizar, pero la mayoría de las personas que han vivido desde el nacimiento con la ceguera, como es lógico, decían saberlo de forma intuitiva, nadie les tuvo que hablar de ello, pero muchos enseguida recordaban situaciones donde se ponía en evidencia la falta de visión, y ésta suele surgir ante la comparación con otras personas o con la imposibilidad o dificultad para hacer algo. En cuanto a las que han adquirido la ceguera con posterioridad, si es de forma repentina aunque el golpe es más duro, el resultado es bastante incuestionable. Sin embargo los que les sucede de una forma progresiva pueden tener dificultades para reconocerse como una persona con discapacidad visual, retrasando así el momento de buscar soluciones o pedir ayuda.

En cuanto a la manera de afrontar el proceso de perder el resto visual con el que se ha estado funcionando, la edad es una variable fundamental, tanto en la toma de conciencia como en las reacciones emocionales que surgen, porque definitivamente la ceguera no afecta
por igual a situaciones concretas, interacciones sociales y por tanto repercute de forma diferente según los requerimientos del momento y las circunstancias vitales.