Las personas ciegas en el sistema educativo

En España, ya en el siglo XIX se dieron diversas iniciativas para abordar la educación de las personas con ceguera y discapacidad visual. Estos proyectos, en principio, fueron impulsados por filántropos, más tarde por los poderes públicos e incluso después por algunas personas ciegas desde sus propias asociaciones.

En 1820, José Ricart crea en Barcelona oficialmente la primera escuela para ciegos y en 1842 se pone en funcionamiento, en Madrid, una sala dentro de una escuela para sordomudos. Pero será a mediados de siglo cuando empiezan a surgir intentos de alternativas impulsadas desde las administraciones públicas.

Alberto Daudén en su tesis doctoral: “Los ciegos como grupo social y su relación con el Estado: 1800-1938”, lo recoge así: “Retornando a la mitad del siglo XIX, los poderes públicos toman conciencia de los problemas hacia 1853, al conocerse la existencia de un sistema de escritura para ciegos de trascendencia histórica. La Ley de Instrucción Pública de 1857, compromete al Estado y a las corporaciones locales en un programa de adscripción cultural y social para los invidentes. Se crean escuelas especiales en todas las provincias y en varios municipios importantes, pero todo se reduce a la instrucción y a ciertas acciones de formación profesional elementales. A fines de siglo, se organizan asociaciones privadas por algunos componentes del Grupo Social de los Ciegos”. (Daudén, 1998, p. 55).

Fruto de esta legislación surgieron escuelas en Barcelona, Alicante, Santiago, Salamanca, Sevilla, Zaragoza, Burgos, etc. y en el Colegio Nacional de Sordomudos y de Ciegos de Madrid además se enseñaban técnicas de ebanistería, zapatería, escultura, y especialmente, de imprenta, etc.

En el artículo 3o, apartado e), del Reglamento que desarrolla el Decreto de 13 de diciembre de 1938 por el que se crea la Organización Nacional de Ciegos Españoles, el Estado encomienda a la ONCE la misión de unificar la enseñanza especial de las personas con ceguera y discapacidad visual en nuestro país. Aunque es cierto que durante cuatro décadas del pasado siglo XX esta misión fue prácticamente cubierta por la ONCE, algunas familias llevaron a sus hijos ciegos o con discapacidad visual, bien por desconocimiento o por elección, al sistema educativo ordinario e incluso a pequeños centros que existían, y que durante algunos años permanecieron, de forma residual, funcionando como escuelas especiales para ciegos, incluso después del decreto de 1938.

A partir de la creación de la ONCE en 1938, y con el objetivo de unificar la educación, se crean cuatro colegios, reconocidos por el Estado y que se ubican en Madrid, Sevilla, Alicante y Pontevedra, y años más tarde, en Barcelona. En estos colegios los alumnos con problemas de visión, casi en su totalidad internos, cursaban la Enseñanza Básica (en el Centro de Madrid también el Bachillerato) y una serie de materias complementarias: música, idiomas, etc.

A finales de los 70, como consecuencia de los cambios socioeconómicos y culturales que se fueron dando en España, surgen nuevos planteamientos sobre la educación de las personas con discapacidad, en general y de los ciegos en particular. Se pone en cuestión la educación en centros específicos, padres y profesionales ven la necesidad de que los niños ciegos se incorporen a centros ordinarios. Paulatinamente se crean asociaciones de padres y los primeros equipos de apoyo, que tratarán de impulsar, la entonces llamada, educación integrada.

Como refrendo a lo iniciado a finales de los 70, en la Ley 1.3/1982 de 7 de abril sobre «Integración Social de los Minusválidos», se establece el marco legal en el que debe desarrollarse la educación de las personas con discapacidad, sobre los principios de: normalización, integración, sectorización e individualización. Por tanto, se les reconoce a los alumnos con discapacidad el derecho a asistir a un centro ordinario de su zona de residencia y a ser educados teniendo en cuenta sus capacidades y necesidades individuales. No obstante, durante los 80 y en las décadas posteriores, muchas personas con discapacidad, y también los ciegos, siguieron asistiendo a centros especiales, y la incorporación a otros centros ha sido lenta, aunque ha ido aumentando, como no podía ser menos, a lo largo de los años.

La experiencia educativa de las 50 personas que entrevisté, como no podía ser de otro modo, se enmarca en esta realidad, que es la de España en las últimas 6 o 7 décadas. En concreto, el 36% de ellas siguieron sus estudios en centros ordinarios, el 20% en centros específicos para personas ciegas y el 28%, por diferentes razones que se detallarán en próximos artículos, una combinación de ambos. Un cuarto grupo, compuesto por personas que representan el 16% restante asistieron a centros educativos ordinarios, bien por perder la visión posteriormente o incluso, aunque tuviesen problemas con anterioridad, no haber sido diagnosticadas, por tanto, entiendo que el análisis es diferente, pues no eran considerados personas ciegas.

Me propongo exponer en los próximos artículos la variedad de experiencias que las personas ciegas han tenido en su tránsito por el sistema educativo, en su relación con profesores, compañeros y como consecuencia de las circunstancias en que han vivido.

Ayuda o control: El precio de ser ciego en un mundo que no entiende

A continuación, copio un artículo publicado por Jesús Antonio Cota Rodríguez, el autor, en su cuenta de Facebook. Me he animado a traerlo a este espacio, después de ponerme en contacto con Jesús, porque considero que es un texto directo y claro, que recoge pensamientos y sentimientos que tenemos muchas personas ciegas en nuestra vida cotidiana y porque me parece que tiene cabida en los objetivos de este proyecto personal.

Ayuda o control: El precio de ser ciego en un mundo que no entiende

Copyright 2024: Este texto pertenece al perfil de Jesús Antonio Cota Rodríguez. Si lo ves en otro lado sin créditos, alguien lo pirateó porque no tuvo el valor de decir algo tan crudo y necesario. Este texto no es para adornar el mundo, es para incomodarlo.

A veces, lo que más duele no es la ceguera. Lo que más duele es lo que el mundo decide hacer con ella. Nos convierten en inspiración cuando hacemos lo básico, nos borran cuando necesitamos ser escuchados, y nos controlan cuando solo pedimos ayuda. Este texto es para los ciegos, para sus familias, y para la sociedad. Pero sobre todo, es para que todos se cuestionen. Porque lo que voy a decir aquí no es bonito, no es cómodo, pero es la verdad.

Cuando la ayuda se convierte en control
Quiero empezar con algo que la mayoría no entiende: la diferencia entre ayudar y controlar. Ayudar es abrirte una puerta, enseñarte a cruzarla y dejarte caminar solo. Controlar es abrir la puerta, pero decidir por dónde debes caminar, cómo debes hacerlo y hasta dónde puedes llegar.
El problema es que, muchas veces, la gente que nos rodea no ve la diferencia. Piensan que nos están ayudando, cuando en realidad nos están robando nuestra autonomía. Esto pasa en todos lados: en los trámites, en el trabajo, en casa.

Los trámites: Invisibles por sistema
Imagina esto: llegas a una oficina con tu bastón y todos tus papeles en regla. Vas preparado, listo para hablar por ti mismo. Pero el empleado no te mira a ti, mira a la persona que te acompaña.
“¿Qué necesita?” pregunta, como si tú fueras incapaz de responder.
Intentas hablar, pero no importa. La conversación siempre es con el acompañante. Al final, el trámite que era tuyo lo hacen ellos, no porque no puedas, sino porque nadie cree que puedas. Y así, poco a poco, te borran.

El trabajo: Cuando ser ciego te define más que tu talento
Ahora hablemos del trabajo, si es que llegas a conseguir uno. Porque para empezar, nadie quiere contratarte si no es para llenar su cuota de inclusión. Y cuando por fin entras, te das cuenta de que tu trabajo no se mide por lo que puedes hacer, sino por lo que creen que no puedes.
Te asignan tareas simples, te pagan menos que a los demás, y cada vez que intentas demostrar tu capacidad, te dicen: “Es que no queremos que te esfuerces demasiado,” “Es que esto es lo que podemos ofrecerte.”
Pero ¿sabes qué duele más? Que muchas veces, incluso los ciegos aceptan esto como normal. Se acostumbran, se conforman, y hasta defienden el sistema. “Es lo que hay,” dicen. “Al menos tengo trabajo.” Pero ese “al menos” es una daga que te recuerda que el mundo no espera nada de ti.

En casa: La jaula disfrazada de amor
Y cuando no puedes más, cuando el mundo te cierra todas las puertas, recurres a tu familia. Y ellos, con la mejor de las intenciones, te ayudan. Pero esa ayuda, sin querer, se convierte en control.
Primero te llevan, luego te acompañan, luego hablan por ti. Y antes de que te des cuenta, todas las decisiones de tu vida las están tomando ellos. Desde qué comer hasta cómo gastar tu dinero.
A los familiares que leen esto, quiero decirles algo: sé que lo hacen con amor. Sé que quieren lo mejor para nosotros. Pero el amor no es decidir por nosotros. El amor no es control. El amor es dejarnos ser, dejarnos equivocarnos, dejarnos aprender.
Pero claro, es más fácil protegernos. Es más fácil decidir por nosotros y pensar que estamos progresando. Porque, ¿qué pasa si fallamos? ¿Qué pasa si nos caemos? Pues pasa lo que pasa con cualquier persona: aprendemos y nos levantamos.

La sociedad: De la lástima a la admiración vacía
Y luego está la sociedad, con sus frases vacías y su condescendencia disfrazada de admiración. “Eres una inspiración,” “Yo no podría,” “Qué valiente eres.”
¿Valiente? ¿Por qué? ¿Por ir al supermercado? ¿Por intentar hacer un trámite? ¿Por existir? Esa admiración no es un cumplido, es una etiqueta que nos reduce a nuestra discapacidad. Porque no nos están admirando como personas, nos están admirando porque, en su mente, un ciego no debería ser capaz de nada.

A los ciegos que ya se rindieron
Y aquí es donde viene la parte más dolorosa: los ciegos que han aceptado este sistema. Los que han decidido que es más fácil conformarse, que es mejor depender de los demás que luchar por su independencia.

Un llamado a todos
A los familiares: Deja que vivan. Déjalos decidir, déjalos equivocarse, déjalos aprender. Porque cada vez que haces algo por ellos, les estás robando la oportunidad de hacerlo por sí mismos.
A la sociedad: Deja de tratarnos como si fuéramos menos. No somos héroes, no somos inspiración, no somos frágiles. Somos personas con derechos, capacidades y sueños.
A los ciegos: No te rindas. No aceptes menos. No dejes que el mundo te defina. Porque tu vida es tuya, y nadie tiene derecho a vivirla por ti.