Un tema del que hablé bastante en profundidad con los entrevistados fue el de las relaciones familiares. El primer aspecto por el que indagué versaba sobre la actitud hacia la ceguera de sus progenitores. Por supuesto no era ni un juicio ni un cuestionamiento a lo que los padres pensaban o hacían, pues además eso no podemos conocerlo tal como se dio, si no que lo que me interesaba era lo que recordaban las personas entrevistadas sobre ello, como lo percibían, cómo lo interpretaban y qué consecuencias creían que había tenido en sus vidas.
Las creencias son ideas que tenemos sobre algún tema o cuestión, lo que opinamos, son construcciones mentales que modelan lo que hacemos, filtran nuestras percepciones y determinan nuestras expectativas. En definitiva, en parte gobiernan lo que esperamos y lo que hacemos. Son necesarias porque dan seguridad, guían nuestros comportamientos, pero también son limitantes porque en cierto modo los determinan al descartar otras posibles alternativas de acción.
Hubo varias personas, especialmente mujeres, que me dijeron que sus padres los habían tratado con normalidad, habían fomentado su independencia y que eso les había ayudado a ser personas más autónomas, sobre todo por parte de las madres, pues parece que percibían más miedo y sentimientos de compasión en los padres. Por ejemplo, una mujer me contaba que su madre le decía que tenía que aceptar la situación y tirar para adelante y que eso le había servido para vivir la ceguera como una característica más. Otra que su madre le trasmitía que ella podía con todo, y si alguna cosa no podía, sí podía hacer otra. Una chica decía que de siempre sabía que podía pedir ayuda a sus padres, pero que primero tenía que intentarlo ella y que esto le había servido para ver que hay limitaciones, que quizá le iba a costar más pero que la mayoría de las veces lo iba a conseguir. Por el contrario una mujer vivió las altas expectativas de sus padres hacia ella como autoexigencia y echo de menos algo de empatía hacia sus dificultades.
Un chico de unos 30 años afirma que sus padres fueron formando las creencias sobre la ceguera según él crecía: “en un principio fue difícil pero se mantuvieron lejos de la sobreprotección, la autocompasión, no me permitían ninguna debilidad y eso me ha hecho una persona muy in dependiente. Mi madre siempre me iba describiendo todo porque decía que era la única manera que yo me imaginase lo que había a mi alrededor, me hacía ser consciente de que los demás me veían. Yo no podía ser una carga para los demás, ni diferente, me tenía que adaptar a ellos. No me pusieron ninguna traba. Como niño a veces pensaba que no podía hacer algo, pero lo superaba”.
Varios chicos comentaron que sus padres no les pusieron límites en la infancia a la hora de hacer actividades, que les animaban a hacer muchas y diferentes. Incluso algunos utilizaron al bici o los patines y reconocen que eso les dio mucha seguridad y les ayudó a relacionarse con otros niños de su edad.
Sin embargo otros hacen más énfasis en que en un principio, sus padres tenían miedo y desconocimiento sobre las implicaciones de la ceguera y que esto les había llevado a optar más por la sobreprotección, especialmente la relacionada con la movilidad independiente. Una mujer de unos 30 años se emocionaba al comentarme que sus padres no sabían que tenían que enseñarle a hacer las cosas, se lo hacían todo, incluso vestirla y ella creyó durante mucho tiempo que no era capaz de hacerlo por sí misma, esto le llevó a ser una persona insegura y negativa, la familia le ayudaba y ella tuvo que aprender a poner los límites a eso y no fue nada fácil, reconoce que ha tenido muchas dificultades para conseguir cierta autonomía. Alguien piensa que en un principio le limitó y otro piensa que como consecuencia de ello él todavía tiene bastantes miedos. Otro chico comenta que le ha hecho más retraído, con miedo al rechazo porque sus padres siempre pensaban que podía molestar a los demás y eso le llevaba a no aceptar las invitaciones de sus compañeros de clase. La sobreprotección también es habitual en otros familiares lejanos y en los abuelos, pero en estos casos se reconoce que tiene menos influencia sobre el propio comportamiento.
Un chico de unos 30 años, considera que sus padres al principio pensaban que no podía hacer nada, aunque supone que pronto cambiaron de opinión porque se ha sentido tratado con bastante normalidad. No obstante, el siempre ha creído que la ceguera es una putada, intentaba ser una persona normal pero se sentía apartado y discriminado al comprobar que no podía hacer las mismas cosas que sus compañeros y aunque ahora es capaz de aceptarlo más, lo sigue considerando igual. Sus padres potenciaron mucho su educación pero descuidaron fomentar más su autonomía, lo ve sobre todo al compararse con otras personas ciegas, ahora siente un bloqueo en ese área.
Las personas que han percibido la sobreprotección de los padres, en general, les resulta difícil hablar del tema y reconocen el esfuerzo que les costó superarlo para ser más independientes. Si hay alguien cerca que te resuelve lo que necesitas, es fácil adaptarte y asumirlo como algo normal y después es difícil salir de la zona de confort. Hubo algunos que me hablaron del exceso de protección refiriéndose a otros que habían conocido, por ejemplo una mujer me comentaba que ella cree que influye bastante la actitud de los padres, que ella conoce algunas personas ciegas que no se sienten capaces, que con 20 años no saben untarse las tostadas, hacer una maleta o combinar la ropa, dicen que les gustaría aprender pero son sus padres los que les dicen que no, que ellos no ven y que no saben donde están las cosas aunque curiosamente si reconocen que otras personas lo hacen. Le impresionó el caso de un chico que se habían separado sus padres y un día en un campamento les dijo que estaba muy preocupado porque no sabía ahora quien iba a cargar con él.
Si bien es cierto que la actitud de los padres es bastante determinante, también es necesario reconocer que no lo es todo. Un chico me comentaba que su hermana que es también ciega es más miedosa que él, y aunque sus padres siempre fomentaron que hiciesen la mayoría de las cosas por sí mismos, él siempre había sido más decidido incluso intrépido y su hermana más cauta.
Una coincidencia habitual entre los que pasaron su infancia en un internado es que se sentían muy queridos y apoyados cuando iban a casa. Eran agasajados: “como una reina, como una visita”, fueron términos utilizados. Una mujer afirmaba que le jaleaban los éxitos académicos y que ella contribuía al todo está bien, no quería darles problemas. Otra dice que se sentía como turista en casa, pero no lo achacaba a la ceguera si no a pasar tanto tiempo en el colegio lejos de su familia. Hubo personas que reconocían que al ir al colegio ellos mismos o sus padres se dieron cuenta de que podían hacer más cosas de las que anteriormente pensaban.
En cuanto a los que perdieron la vista posteriormente, una afirmaba que las personas de su familia lo vivieron con incredulidad y pensando que ella no se derrumbaría, después surgió la sobreprotección y ella lo llevó muy mal. Aunque otra recuerda que su madre siempre le decía que podría seguir haciendo lo mismo aunque de otra manera y eso le sirvió para avanzar. Una chica que perdió el resto visual que tenía a los 13 años comenta que al principio la protegieron mucho y no le dejaban hacer nada en casa, siempre que necesitaba ir a algún sitio había una persona que la podía acompañar. Al principio le ayudó para salir de la depresión pero después le agobiaba aunque reconoce que le resultaba cómodo y le supuso un problema para avanzar en el uso del bastón. Lo mismo reconoce otro chico que perdió la visión en la juventud, entiende que esos mimos y cuidados son necesarios al principio, pero prolongarlos más allá de lo necesario llega a ser nocivo. “Cuando empecé la rehabilitación mi padre me lo planteaba como un reto, mi madre se comportaba más desde el miedo, me tuve que hacer rebelde porque si no habría acabado en una burbuja”, comentaba.
Me ha resultado curioso que varias mujeres plantearon en la conversación el tema del matrimonio, en el sentido de que cuando eran pequeñas creían que nadie querría casarse con ellas. Otra pensaba que en lo académico bien pero que no se veía ni casada, ni con hijos, sus creencias eran que en el cole le podía ir bien pero que después iba a tener que estar en casa con sus padres, así que pensaba que ser ciego era una mierda.
En resumen, está claro como no podía ser de otro modo, que las creencias que los padres tienen sobre la ceguera, o al menos como lo perciben los hijos influyen de forma determinante en la manera de vivir la falta de visión y como afrontar las dificultades que ello supone. La confianza en las capacidades ayuda a formar personas más activas y aotónomas y el exceso de protección está más relacionado con la inseguridad y los miedos y contribuyen a la formación de un autoconcepto más pobre y desvalorizado.

